viernes, 24 de agosto de 2012
Vertiginoso regreso a casa
Entre bromas andábamos con un grupo conocido (la mayoría simples conocidos, pocos amigos que contaría con mi mano). ¿Rencor? Al parecer ya no va con el modus operandi actual.
Risas estridentes, gritos como barra, bromas sobre lo que sabemos de nosotros.
Algunas cuestiones que no recuerdo con exactitud total, pero sé que terminé con una querida amiga llorando como no lo hacía hace mucho.
Sé que dije cosas malas, muy malas sobre mi padre. Pero ¿qué es lo irónico de ello? Es cierto, cada puta palabra que dije era verdad.
Tener un padre que espera tanto de mí me vuelve demente. Me gustaría tener el valor de decirle: "Padre, toda la vida he querido ser la mejor hija; pero no voy a ser médico, abogada, administradora o ingeniera, solo te puedo ofrecer lo que soy... una persona que quiere ayudar."
Sé que si se lo digo terminaré estampada contra una pared, con morados por todos lados; o sino recibiré los insultos que me ha dicho toda la vida (inútil, estúpida, tonta, imbécil, tarada) o las típicas frases (no sirves para nada, me haces desperdiciar mi dinero, lárgate de aquí).
Como futura antropóloga no le puedo ofrecer a mis padres lo que más desean: Aceptación social.
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